Los momentos importantes en la vida son obvios y lejanos. Luego están los pequeños momentos importantes en la vida, que son engranajes de nuestro presente. Hace poco viví uno de los segundos, que consistió en encontrar mi área de servicio favorita. No sé cuántos días suman las horas de coche que llevo estos últimos años (prefiero no hacer el cálculo, no meter el dedo en la llaga), pero está claro que encontrar una cafetería donde desayunar a medio camino era importante para mí. Buscaba un lugar que no invitase a huir, que no subrayase el desamparo, y creo que he dado con uno: la vuelta ya no se hace tan pesada.

El desvío está en el km. 221 de la A-4, poco antes de llegar a Despeñaperros, en la provincia de Ciudad Real, y conduce al restaurante Las Canteras (A.S. La Purísima). Al entrar por primera vez, vi que una parte del local estaba destinada a la venta de artículos de caza. Aunque no soy aficionado, me anima encontrarme con negocios cuyos dueños están interesados en ese mundo. La comida probablemente esté mejor que en los restaurantes más asépticos, más quirúrgicos. Además, me gusta que personas ajenas al paquete léxico de la actualidad (romantizar, woke, ¿transversal ha pasado ya de moda?) gobiernen todavía algunas parcelas de nuestras vidas. De esas palabras, si se pretende hacer algo genuino, es mejor huir como de la rabia. Por no hablar del trato con quienes las manejan, que resulta, cuando menos, aparatoso (debe de ser frustrante querer destacar sin salir del pelotón). En cualquier caso, en Las Canteras me encontré con una camarera que miraba a las personas como muchos miran ahora las pantallas, con atención. Era rubia, tenía los ojos claros, y creo que mi soledad la enterneció. Me preguntó si buscaba el baño, dejando claro con su actitud que no le importaba que entrase aunque no consumiese. Pero tan solo estaba pasmado ante el muestrario de dulces. Mi intención era desayunar, así que pedí un café con leche y tostadas con aceite, tomate y queso. «Estupendo, ahora te lo llevo», me dijo, y busqué un rincón en el que sentarme.
La camarera no tardó en llegar con el café y las tostadas, tan bien presentadas que parecían la ofrenda a un dios. Ahora todos los aceites son picual. Decir que un aceite es picual es más o menos como que alguien diga que se considera perfeccionista: la nada. Pero ese aceite era diferente. La intensidad de su verdor no era la habitual; era claramente verde, no dorado; evocaba incluso al pesto. El pan estaba crujiente, pero no en exceso, no contenía demasiado aire en su interior; el tomate estaba bien triturado, sin tropezones, y el queso es difícil que falle. En cuanto al café, no tengo queja, aunque debo reconocer que a mí me gusta más beber café que el café, pero ese es otro tema. Desayuné con calma, sin pensar en la hora de llegada. Sobre la barra de chapa, se podía leer «cafetería» en letras de neón lila; al fondo del local, en neón verde, «servicios». Reinaba una calma a prueba de bombas: entró un grupo de una despedida de soltero y, por mucho que cueste creerlo, no molestaron. Se fueron a liberar adrenalina a la terraza. Había espacio para todos. Al pagar, la camarera me dijo que el próximo día pidiese las tostadas con jamón y me dejase de tonterías. Así será.

En cuanto a la gasolinera, es Moeve, antigua CEPSA. El trámite de llenar el depósito nunca es agradable, por mucho que se adorne, pero los surtidores estaban como nuevos, con las pegatinas recién puestas; además, había un rollo de papel absorbente y aparejos para limpiar la luna del coche. Las instalaciones no estaban descuidadas, no le hacían a uno temer por su seguridad, pero sobre la gasolinera no hay mucho más que decir, no aportaba nada diferente a las demás: estamos ante un sector muy homogéneo. En lo que sí me fijé fue en la identidad corporativa de la marca. Han cambiado el rojo por el azul, el blanco y el verde. El azul se va degradando hasta alcanzar un verde claro. El blanco se reserva para las letras. Han buscado lo sostenible, lo ecológico, que es lo que se lleva ahora, y para ello han elegido una combinación de colores condenada desde su nacimiento. A mi juicio, han conseguido trasladar la misma sensación que un cuadro colgado en la terraza de un apartamento de playa, desgastado por el viento y la sal. Supongo que es lo que sucede cuando se toman decisiones con más precaución que ímpetu.
En definitiva, he encontrado mi área de servicio para lo que queda de año. En cuanto a los factores que influyen en que una parada en carretera sea recomendable, tal y como están las cosas, que no dé asco ya la situaría entre las mejores. Aun así, son muchos los detalles que habría que tener en cuenta: la sombra para los coches, la limpieza de los baños y de las instalaciones en general, el trato de los trabajadores, la comodidad del lugar o la calidad de la comida. Pero luego pueden resultar determinantes otras cuestiones no objetivables. Son lugares de paso, así que el ánimo o el destino de cada uno pueden tener influencia en la valoración del negocio. Aquel día, Las Canteras no fue un lugar sin alma, sino un buen sitio donde desayunar. También es cierto que volvía a casa.
