Sería un triunfo para el campo literario español si este libro se hiciera popular, muy popular, y lo discutiéramos seriamente y escribiéramos a partir de sus preceptos, ya fuera para rebatirlos, seguirlos, ampliarlos o lo que fuere. Este ensayo podría ser un punto de partida para una literatura mejor.
En la mejor tradición argentina del ensayo literario, donde una escritora o escritor se pone a reflexionar y teorizar su propia práctica (cosa inconcebible aquí en la península, lo hizo Benet una vez y no lo leyó nadie), con clásicos como Otras inquisiciones, Borges, El último lector, Piglia, o Colección permanente, Negroni, este libro, La obligación de ser genial, fija una serie de conceptos paradigmáticos, absolutamente contemporáneos e insertados en el debate más actual de la escritura, y a la vez perfectamente genéricos, en mejor sentido de que una teoría se puede sostener e instalar en otros sistemas, lógicas y épocas pues su fuerza podría generar nuevas articulaciones dentro de cualquier campo literario.
El primero de sus ensayos tiene la concisión, fuerza persuasiva y relevancia en el debate actual de ficción/no-ficción para convertirse en un clásico, un “Kafka y sus precursores” o un “La muerte del autor”, ese nivel.
Por eso me centraré en este texto de diez páginas, “El corazón en la página”, que, creo, podría cambiar algunas cosas en nuestra forma de leer o el enfoque al escribir si atendiéramos.
En este ensayo breve la autora propone que la fuerza principal que impulsa y da fuerza a un relato es la emoción. Algo tan intangible y escurridizo, imposible de enseñar en un taller literario a 60€/sesión, tan metafísico y casi místico que parece reaccionario. Y añade que este impulso que da sentido y profundidad al relato de ficción (ella habla siempre de la escritura de ficción) se pervierte con mucha frecuencia hoy en día por exceso o por defecto.
Está la vertiente sentimentalista, donde la emoción se explicita y se recarga en cada frase, en las palabras (no así en la construcción de la acción de los personajes), y resulta empalagoso, y es lo que Ignacio Echevarría dio en llamar “la novela sentimental”, la gente cuando lee quiere sentir, y por eso es la más popular y pseudoliteraria de nuestra tradición: Muñoz Molina, Almudena Grandes, David Uclés.
Por otro lado, tenemos la vacuna antisentimentalista del minimalismo gélido de escuela de escritura donde las frases breves, impersonales y depuradas de toda fuerza parecen más literarias y certeras, recargando el panorama de textos vacíos, aburridos y fríos, donde se suceden lugares comunes, expresados como en un telegrama, que no construyen ninguna imagen trascendente sino una sucesión de anodinias que podríamos encontrar en nuestra propia cocina con una trama que no avanza porque no existe, sin aportar ninguna revelación, ni reflexión, ni, por supuesto, emoción. A veces el remedio es peor que la enfermedad.
*Las tildes irónicas a cada una de las ramas las pongo yo, la autora del ensayo es mucho más respetuosa.
“La emoción en la ficción literaria no tiene que ver con cierto estilo de la prosa, ni con el mayor o menor uso de adjetivos o de figuras retóricas”.
“Hay una emoción que proviene del movimiento narrativo que hace el texto como un todo, del pasaje de un estado de cosas a otro, que es el núcleo definitorio de uno de los principios del relato: el de la transformación”. Elias Canetti, el premio nobel Búlgaro, decía “El escritor es el guardián de las metamorfosis”.
A partir de aquí, la ensayista articula por qué la emoción es tan difícil de capturar y tan repudiada en un cierto ámbito de intelectualidad y academia literaria.
Es difícil de capturar, la emoción, explica el ensayo, citando a Spinoza, porque “la emoción es justamente aquello que no tiene representación”. La tarea de la narración, de la ficción novelesca, es articular una trama donde unos personajes con sus acciones transformadoras capturen algo de la esencia de esa emoción, que está en el gesto, no en la imagen fija, no en la palabra explícita. “La emoción en un texto de ficción es del orden de lo no narrado”, Betina González.
Gonzalo Torné en un tuit del 25 de octubre: “De igual lo que digan los personajes, da igual lo que diga el narrador. La moral de una ficción está siempre escondida en su estructura”. Podríamos decir lo mismo de la emoción, y ya que estamos de la ideología del texto. Nunca está en lo declarado, sino en su estructura, en la forma y el gesto del texto.
La literatura es el arte de no enunciar nunca lo que se dice.
Y es repudiada, esa emoción, en ciertos ámbitos pedantes, porque la mayoría de escritores no han reparado en el punto anterior, no saben que la emoción es inasible, inefable, que deben escenificarla (como pedía Aristóteles a la tragedia, cita del ensayo), y lo que hacen estos torpes narradores es recargar la trama de sentimientos declarados y dulzonas adjetivaciones que empalagan en tres párrafos. Así, nadie se atreve a “poner el corazón” porque consideran que el corazón está en todas partes; siendo todo lo contrario, cuesta muchísimo encontrar un texto donde realmente haya un trabajo profundo de la emoción, un texto que encarne un corazón vivo y caliente, que late y sangra.
Sobre esto termina reflexionando la autora en una clara alusión no declarada en contra de la autoficción, cuando hacia el final del ensayo plantea la inmensa carga de intimidad que pone la autora en un relato de pura creación ficcional. “La autora que crea un mundo comparte una fantasía muy íntima”, explica este ensayo, algo que deberíamos recordar: el yo queda siempre cifrado en la escritura de todo texto, de una forma mucho más profunda y oscura y compleja, de lo que los intentos de verificación biográfica pueden siquiera imaginar.
Quien lee un texto (o cualquier pieza artística o cultural) intentando encontrar las correspondencias empíricas de un viaje de la artista en un párrafo de la novela, no ha entendido nada de la experiencia humana interior ni de la oscuridad de la escritura honesta.
Porque como termina diciendo este ensayo, que ahora que lo intento glosar me parece incluso más genial, para que la autora pueda “poner el corazón” en su texto debe “admitir la ignorancia”. Aceptar que la emoción que persigue es un misterio y el único sentido de su texto. Confiar en la escritura como conjuro. Estar preparada para encontrar la imagen de su verdadero rostro en el texto honesto, y el verdadero rostro de una a veces es terrible de mirar. “Su no saber, su no entender del todo: partir de esa emoción oscura e ininteligible a la que ni siquiera se puede nombrar. Escribir un relato es el intento de cercar esa emoción ignorada”.
Por eso es tan poco confiable la escritura autoficcional donde la imagen que se refleja de quien lo ha escrito es exactamente la imagen que esa persona pretende proyectar de sí misma. Por eso son tan sospechosas las confesiones tolerables para la moral imperante. Por eso no nos atrevemos ya a leer ficción brutal o no ficción descarnada o cualquier texto que nos revele una verdad desagradable que nuestra moral imperante e inquisitorial no podría tolerar jamás. Porque no hay grises ni capacidad de reflexión profunda y matizada.
La escritora de verdad, como la de este ensayo, sabe que jamás podrá controlar lo que dice y lo que siente y lo que en el fondo es la escritura verdadera de un texto honesto, donde “ha puesto el corazón”. El autor es una persona que no sabe muy bien lo que ha hecho.
“Escribir es descubrir”. El poeta Manuel Mata podría haber firmado esta aseveración, y si no que se pronuncie.
“Escribir es descubrir el yo, despojarlo del lenguaje costra que era su refugio en pos de uno más cercano a la verdad emocional”.
He escrito en las últimas semanas, sin saber nada de este libro, por casualidad, sobre la emoción en algunas novelas recientes donde creo que está bien configurada (Amiga mía, Vivero, Las cabras). No me parece casual que sea un tema que se nos presenta como relevante en la literatura actual a varios. Si hubiera leído antes este ensayo mi reflexión habría sido mejor y más certera, seguro.
Este es un ensayo magistral que nos enseña a leer y sobre todo a escribir y sobre todo a leer escrituras (que siempre son de un yo). Y a entender que nadie es en realidad dueño de ese yo, cifrado en la ficción, declarado en la confesión, que aparenta con las palabras pero que en sus gestos se delata.
Solo me atrevo a achacarle a la teoría el olvido del estilo (cosa que se aborda en otros ensayos del libro) donde a mí me parece que se juega, tanto o más que en el arco y acciones de los personajes, la emoción, como la moral, como la ideología.
Es cierto que no me interesan demasiado los ensayos donde el lenguaje sencillamente se encarga de comunicar ideas y darles su explicación más clara, sin pensarse el propio ensayo como un texto literario, un texto de creación, de creación de ideas, pero las ideas como arte, un texto donde en definitiva no se atiende especialmente al estilo, o su estilo es meramente utilitario. No me interesan mucho, excepto cuando las ideas son tan geniales como en este.
Además, pienso ahora, que quizá sí hay un estilo muy consciente y muy explícito, perfectamente imbricado con el tono e intención del ensayo, un estilo beligerante, panfletario en el mejor sentido, ya que este es un texto de batalla, que pretende dar batalla y declarar una guerra a otras poéticas. Algo que tanto falta (también) en nuestro país: batalla literaria, pero batalla de ideas y poéticas literarias, no de personas y ofensas morales. Pero claro, para eso tendríamos que leer y reflexionar más sobre literatura.
Por suerte, nuestras amigas argentinas hacen tan bien su trabajo en su campo literario que sus libros e ideas llegan hasta aquí para iluminar un poco el camino. Más fácil no nos lo pueden poner, ahora solo nos queda leerlo y pensar en ello, a ver si de eso somos capaces.
Sería un triunfo de nuestro campo literario si este libro se hiciera popular, muy popular, y lo discutieramos seriamente y escribiéramos a partir de sus preceptos, ya fuera para rebatirlos, seguirlos, ampliarlos o lo que fuere. Este ensayo podría ser un punto de partida para una literatura mejor.
P. D.: Si el primer ensayo es así de bueno, imaginaos la fiesta de leer todos los demás. Hacedlo, por favor. Y así discutimos, de literatura.