(Podéis encontrar la primera parte de la Biblioteca Roberto Bolaño aquí)
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“Me equivocaba. Las obras menores, en realidad, no existen”.
2666, Roberto Bolaño
Dicho lo cual, sobre este clásico no creo que tenga mucho sentido que hable mucho más o haga una crítica con 27 años de retraso.
He decidido aprovechar la ocasión para otro trabajo. No lo que nos ha dejado Bolaño, sino qué recogió él. Hablar de la verdadera Biblioteca Roberto Bolaño (de la que tan ilustrativamente se habló en esta conferencia que he fusilado prácticamente en este texto). De dónde bebió, qué leía, qué obras citaba más o le habían influido explícita o implícitamente.
Porque Bolaño —como tantas veces, coincidiendo extrañamente con Borges (siendo que el argentino liquidó la novela para siempre, y el chileno es quien la resucita con más eficacia a las puertas del año 2000)— nos enseña básicamente a leer. A leer desprejuiciosamente, a leer de todo y a leer bien.
Comencemos:
- El ojo en el cielo, Philip K. Dick: porque en las ponencias de 2020 tituladas “América, América”, el soberbio coordinador, Juan Francisco Ferré, señala que Rodrigo Fresán le hizo saber que era una de las novelas favoritas de Bolaño de las de Dick, un autor que por lo demás es difícil ver en la prosa de Bolaño pero él amaba explícitamente, y quizá sí está en una cierta mirada lanzada hacia el futuro y un interés vanguardista de lo pop radical por vía de la ciencia ficción, y no olvidemos que el 2666 no es otra cosa que el año futuro del mal hacía que se lánzala fantasmagórica novela.
- Tengo miedo torero, Pedro Lemebel: porque Bolaño fue el que le hizo publicar en España gracias a su recomendación y aceptación de Jorge Herralde, y porque Lemebel le hizo una ya mítica entrevista cuando visitó Chile, en 1999, creo, en la que Bolaño muestra como nunca que su beligerancia no era en diferido ni tramposa, enfrentándose a la otra invitada (y amiga) de Lemebel, una crítica elitista y torpe, y diciendo que su idea de la literatura, la de Bolaño, era básicamente moral, y si tiene enfrente a alguien que trata los textos de forma inmoral, como esta señora, Raquel Olea, él estaría ahí para dar la batalla, como de hecho hizo —y parece que le costó la amistad con Lemebel, pero como Bolaño era tan riguroso y comprometido con la literatura, este encontronazo, que nunca se resolvió, no paró su campaña de apoyo a Lemebel, quien por el contrario sí decidió difamar a Bolaño después de muerto.
- Poesía completa, Mario Santiago: porque sin haberlo citado Bolaño como su mejor amigo y mejor poeta de su generación y del grupo de los infrarrealistas en México, jamás nadie habría publicado la obra de este verdadero poeta maldito, que quizá no era tan buen poeta como siempre dijo Bolaño, aunque a mí me gusta porque estaba de verdad loco, como se puede comprobar tan solo echando una ojeada a la antología de su obra que hizo Fondo de Cultura Económica y que creo que ya no es fácil conseguir pero si se puede merece la pena.
- Poesía, Nicanor Parra: porque ninguno —o casi— de los escritores de mi generación (al menos en España) habríamos leído a Parra si no llega a citarlo Bolaño como primer y mayor maestro en poesía chilena, incluso por encima de otros que sí habríamos leído como Neruda o Mistral, y otros que tampoco habríamos leído, como Lihm o Rokha, o Huidobro o Zurita que no sé exactamente en qué grupo incluir, y porque la honestidad brutal, el no ceder, el pensar que las palabras eran algo vital y con lo que se debía hacer vida, y luchar por la vida, y llevarlas hasta las últimas consecuencias, y ser fiel a uno mismo, es algo que aprendió del ladino y noble Parra.
- Mantra, Rodrigo Fresán: porque era su amigo, su gran amigo con el que veía Gran Hermano a la vez charlando por llamadas telefónicas, y parece que este era su libro favorito de los de su amigo, o puede que fuera La velocidad de las cosas, y porque, como Bioy Casares para Borges, Rodrigo Fresán para Bolaño.
- Wasabi, Alan Pauls: porque en algún momento Bolaño lo nombró el mejor escritor argentino contemporáneo (y Piglia también, por cierto) y no había salido aún El pasado, así pues tuvo que ser por Wasabi —cuesta creer que El pudor del pornógrafo mereciera tal reconocimiento, por muy divertido sea leer hoy ese insecto textual tan atrofiado y seductor, mezcla de las cartas de lectores de revistas porno y las cartas a Milena de Kafka.
- Juan Villoro: porque era su amigo, y era mexicano, y el primer mencionado de su preciso listín de novela contemporánea que hay que leer en la ya mítica conferencia de la Feria de Chile de 1999 y cuyo valor principal es no repetir.
- Rodrigo Rey Rosa: —segundo mencionado, que no se parece a nada.
- César Aira —tercer mencionado, y sobre el que merece hacerse una pausa, pues sobre Aira habló Bolaño al menos en tres ocasiones muy sonadas: la primera, en esta charla y sencillamente lo menciona; la segunda en su discurso “Derivas de la pesada” —el análisis ya clásico de Bolaño de la literatura argentina tras Borges— donde Bolaño sitúa Aira como mero evangelista de Osvaldo Lamborghini, autor maldito y sádico por antonomasia, a al que reconoce y admira como tal; pero en la tercera mención decide decir que Aira es aburrido y sin embargo el mejor, y es que Bolaño era siempre estratégico y tuvo la inteligencia de reconocerle y atacarle a la vez, pues las literaturas de ambos son diametralmente antagonistas, brevedad/extensión; improvisación/preparación; surrealismo/romanticismo… y Aira siempre ha aireado que jamás leyó a Bolaño, y por supuesto que lo leyó, obviamente lo leyó, obviamente no le gustó, no podía ser de otra forma, y decidió no hablar de él, porque es una persona educada y no se increpa a los muertos, y porque es un lector sabio y sabe que Bolaño es el único que podría desactivar su hechizo de cuento de hadas bajo el que parece haber caído todo el mundo, —que hace a la gente creer, incomprensiblemente, que Aira es el mejor escritor hispano tras el Boom—, y revelaría que en realidad no es tan buen escritor el argentino, es Bolaño el único que puede quitarle el trono, y Aira lo sabe, y prefiere dejar existir ambos mundos sin que se toquen, como tampoco se tocaron nunca en vida, y esta tensión-relación no-encuentro —por mucho que se empeñó Ignacio Echevarría— se cuenta muy pormenorizadamente en el librito más entrañable de la Feria del Libro de este 2025, un libro que te regalaban en la caseta de La uÑa RoTa y de Delirio, que hacen cada año, y habla de estos dos autores y su encuentro frustrado que se planeó tantas veces y nunca sucedió, y ni siquiera el pésimo estilo de Juan Tallón, que es quien escribe —pues Aira le contó a él la historia—, consigue tirar por tierra la tierna anécdota de este desencuentro, y aún así, ¿no podría Aira firmar la novelita Amberes o Bolaño el cuento “Cecil Taylor”).
- Javier Marías: —cuarto mencionado, del que no dice nada más.
- El viaje vertical, Enrique Vila-Matas: —quinto mencionado; una novela en la que no ocurre nada, decía el autor, a lo que Bolaño le respondió, ¡pero si ocurre de todo!, y entonces Enrique entendió.
- Los jardines de Kensington, Rodrigo Fresán: porque si mueren niños no quiero leerlo, le dijo Roberto a su amigo Rodrigo, mientras él escribía 2666, donde mata a más niñas de las que se ha podido matar en una sola novela nunca, así que esta Roberto no la leyó pero debe estar.
- Tadeys, Osvaldo Lamborghini porque es un libro verdaderamente terrible, que huele a vísceras y sangre, según dijo Bolaño en “Derivas de la pesada”, y estas lecturas malditas son mucho más rastreables en su poesía, su época verdaderamente vanguardista, que en la prosa, donde, como diremos al final, Bolaño es un clásico, un clasicista, un novelista realista, casi tradicional —si no tuviera la velocidad de Stendhal, el juego de Perec, y la visión del siglo XXI que todavía, mucho más adentrados y por tanto más fácil de ver, ninguno ha conseguido igualar, un poco Cartarescu— pero en el fondo del texto, de la poesía claramente pero también de las novelas, la sangre, la mugre y el mal de Lamborghini siempre están ahí, y esto es clave para entender algo de la novelística de Bolaño.
- Rudin, Ivan Turgueniev: porque le escribió un prólogo a este libro, que yo conozco por la edición de Alba, aunque no creo que fuera para esta, que creo muy posterior a su muerte, pero la verdad que no he ido a comprobarlo, y, de nuevo, sin Bolaño, no lo habríamos leído, de hecho a mí me pareció un libro aburrido, pero también lo leí en mi fiebre adolescente de Bolaño y quizá —seguramente— no estaba preparado para Turgueniev.
- Historia universal de la infamia, Jorge Luis Borges: porque es la plantilla más que evidente de La literatura nazi en América, como indicó con tanto tino Alan Pauls en la magistral y poco transitada conferencia: Borges y Bolaño: una conversación, y porque Bolaño le atribuye a Borges el gesto posible que en el chileno es explícito: escapar de la poesía, consciente de que jamás podrá ser el más grande poeta del castellano, en busca de un refugio nuevo para su fraseo en la prosa, pero una prosa nueva, un género nuevo, que inventará de cero, y del que será padre y maestro, y porque Bolaño siempre situó a Borges como el centro de nuestro canon, el salto es de Cervantes a Borges, así de fuerte.
- Vidas i razos: porque en una conferencia, creo que esta, se las señala como otro posible origen de la obra recién citada, La literatura nazi, como origen de estas microbiografías que podrían situarse en la hagiografía medieval y, habiendo vivido tantos años Bolaño en Cataluña, deberíamos empezar a pensar cómo la tradición catalana y en catalán le pudo influir.
- Ulises, James Joyce: porque ha tensado el arco como no lo ha tensado la poesía en el siglo XX, porque allí está la mejor poesía del siglo XX.
- Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes: porque lo citó tantas veces, y la tormenta de mierda que podría caerle al Quijote dejando intacto su poder, y la escena de la celada, cuando Don Quijote prueba su armadura antes de comenzar su aventura, desarmándose estrepitósamente, y saliendo igual al camino tras rearmarla, pero sin volver a probarla, sabiendo que no resistiría, que cuando sea embestido de nuevo la armadura caerá, y el hidalgo con ella, como el samurái que va a enfrentarse a un dragón, sabiendo que va a fracasar, y aún así sale, figurando así el valor —en su doble sentido— del escritor; y la escena del duelo a espada en la playa de Barcelona del Quijote contra el Caballero de la Triste Figura, que inspira la inverosímil escena de Los detectives salvajes en que Belano se bate en duelo contra el crítico Echevarne, trasunto del temible crítico de moda entonces, Ignacio Echevarría, a la postre gran amigo y después albacea de Bolaño, y que fue el primero en decirle que este capítulo era inverosímil, que era un desahogo suyo de escritor, y que no debía aparecer en una novela donde todo lo demás mantiene un perfecto equilibrio de realismo —opinión, la de Echevarría, con la que, sin que sirva de precedente, no coincido en absoluto, pero claro, yo tengo pretensiones de novelista y él era un crítico de verdad.
- Un asunto tenebroso, Honore de Balzac: porque —descubrimiento de Rubén Arias— el primer capítulo de esta novelita es “Los sinsabores de la policía”, título casi calcado del libro póstumo de Bolaño, Los sinsabores del verdadero policía, y es una referencia extraña Balzac en Bolaño, cuando Bolaño solo hablaba de Stendhal, pero si lo pensamos, pensar las conexiones de la Historia, la política, el crímen y la experiencia vital de los personajes de una época en las novelas del chileno desde el escritor de La comedia humana resulta de repente revelador y afianza una convicción que pocos comparten: Bolaño es un escritor, además de moral, básicamente político.
- Baudelaire: porque es para Bolaño el poeta padre, que maneja todos sus recursos, y abre camino, y no solo lo abre sino que lo deja pavimentado, como Whitman, aunque no se parece en nada a Whitman, y por el epígrafe de 2666: “Un oasis de terror, en un desierto de aburrimiento”, a partir del que hice mi único hallazgo como filólogo o crítico cultural —al menos no he oído a nadie señalarlo— cuando en un capítulo de la serie española “Aquí no hay quien viva”, el personaje de Andrés Guerra cita literalmente este verso de Baudelaire para definir las juntas de vecinos y el motivo por el que sigue yendo sin ser ya propietario de ningún piso en el edificio: “Las juntas son un oasis de horror en un desierto de aburrimiento”.
- Zama, Antonio di Benedetto: porque tampoco nadie jamás leería ya esta obra ni otra del autor (al menos en España, si es que alguien las lee) si Bolaño no lo hubiera revelado como el gran escritor secreto que gana un premio de cuentos de provincia y devasta al protagonista en su cuento “Sensini”.
- Stendhal: porque Bolaño siempre dijo que era su favorito, por ser “el dios de la velocidad”, Flash, como lo bautizó tan posmodernamente el chileno, porque como le decía cogiéndole de las solapas a Fresán, ¡Stendhal no se presta!, y porque compraba sus libros como si fueran cromos de fútbol, y si le faltaban dos Stendhal iba a por ellos a como dé lugar.
- Rimbaud: porque es el ejemplo 1 del poeta joven que dice Bolaño es su modelo.
- Lautremont: porque es el ejemplo 2 del poeta joven que dice Bolaño es su modelo.
- Anton Chéjov: porque es el mejor escritor de cuentos del siglo XX (1) que indica Bolaño en sus 12 normas para escribir cuentos, y del que bebe claramente en sus finales abiertos y liviandad narrativa en el relato.
- Raymond Carver: porque es el mejor escritor de cuentos del siglo XX (2) que indica Bolaño en sus 12 normas para escribir cuentos, del que yo no creo que Bolaño beba casi nada, pero en aquella época estaba tan de moda y lo publicaba Anagrama.
- Edgar Allan Poe: porque a Poe “hay que leer de rodillas” en sus 12 normas para escribir cuentos, y porque además es el autor en el que fija su idea del policial, en vez de Balzac, a pesar del descubrimiento comentado sobre Un asunto tenebroso.
- Huckleberry Finn, Mark Twain: porque le escribió un prólogo en el que señala en Twain la aventura como “por supuesto”.
- Georges Perec: porque Bolaño dijo que era el mejor escritor de la segunda mitad del siglo XX, aunque su influencia es imposible de rastrear más allá de la estructura-artefacto de Los detectives salvajes, y realmente tampoco es lo mismo, pero a Bolaño le pasaría, como nos ha pasado después a tantos, que le amamos al francés loco y nos deslumbra y querríamos ser él, aunque él sea exactamente lo contrario a nosotros, y porque es el mejor de todos.
- Julio Cortázar: porque seguro que era su favorito, aunque no lo dijera, y Rayuela es la única verdadera referencia de Los detectives salvajes, y podríamos decir, que si Zambra es un epílogo de Bolaño, aunque nos duela, Bolaño es un epílogo de Cortázar.
- Vidas imaginarias/La cruzada de los niños, Marcel Schwob: porque es otra posible plantilla para las microbiografías de La literatura nazi, y porque el segundo título es una referencia explícita en el final de Amberes, cuando los niños desfilan cantando y alegres hacia el precipicio —quizá el mejor final de la obra de Bolaño.
- Juan Rulfo: porque Bolaño dice que es la prosa más seca y precisa del castellano y limpia la lengua y queda solo el esqueleto, así que es cierto que el castellano tiende al barroco pero no es un irremediable designio fatal, tenemos a Rulfo.
- Francisco Quevedo: porque no sé por qué le gustaba tanto, como a Martín Caparrós, como a Borges, no entiendo, pero le gustaba.
- Baltasar Gracián: porque dice que tras todo el boscaje hay una gran prosa, aunque Borges lo desprecie y diga que es un castellano ya decadente.
- Matadero 5, Kurt Vonnegut: porque siendo el subtítulo de este libro “La cruzada de los niños” queda ya todo dicho en el número 31, aunque también lo de la ciencia ficción política visionaria, y porque es una referencia que Bolaño que nunca mencionó, pero que Ignacio Echevarría le hizo ver a Fresán y así pudimos verlo todos.
- “Josefina la cantaora”, Franz Kafka: porque este cuento está explícitamente en el último cuento que escribió Bolaño antes de morir: “El policía de las ratas”, muerte y arte, la sobriedad estilística de Kafka, la escritura como práctica continua, la concisión de la palabra común, la fábula cruel como cuento del mañana.
- “Homenaje a Roberto Arlt”, Ricardo Piglia: porque si nunca lo mencionó Bolaño debió hacerlo reconociendo que La literatura nazi es el movimiento contrario al de Piglia inventando un manuscrito de Arlt, aunque ya estaba todo en Pierre Menard, ¿no?
- Submundo, Don DeLillo: porque nunca llegó a estar en su biblioteca pero seguro en su mente, porque, aunque Fresán se la recomendó, Bolaño le dijo que él no podía leer eso ahora que él mismo estaba embarcado en un proyecto de semejantes dimensiones, y ver cómo otro sí había sido capaz y había triunfado donde él se estaba hundiendo —el proyecto era 2666.
- Podría seguir pero estoy cansado y me da pereza, quizá otro día, el tema da para mucho más, pero yo no.
Añadiré solo y por último una influencia más, que Bolaño nunca citó ni se le ha atribuido, que yo sepa, pero para mí es necesaria para centrar la idea de novela que tenía y a la que aspiraba y sin la cual creo que se deforma fácilmente su figura, tan vanagloriada y pervertida en los tiempos en que el escritor desastrado es un icono de camiseta del HyM.
Pues la obra de Roberto Bolaño rima con la del el maestro de maestros, el absoluto clásico del realismo, el novelista más profundo, preciso, y sostenido en un ciclo inigualable acerca de la realidad, de las gentes y del mundo: Lev Tolstoi.
Es desde el clasicismo realista que Bolaño refunda la (anti)novela para el siglo XXI, siglo de migración masiva, violencia machista por fin denunciada, hiperglobalización, precariedad laboral y nomadismo digital, nostalgia de la vanguardia perdida fetichizada en redes pero no practicada por nadie, banalización del arte para bien, banalización del mal para mal, llamadas telefónicas (no le llegó el whatsapp, que si no), conectividad permanente, angustia frenética, deseo de paz introspectiva y creación pura. Es este Bolaño realista, que se mueve entre el polo místico, santificación del arte pero religiosidad al fin y al cabo; y el polo expresionista, por medio de códigos del realismo como el sueño, la elucubración o el delirio, pero como vía de escape a la asfixia de veracidad y verosimilitud, el que permite emparentarlo con un autor que jamás menciona y sería difícil de rastrear en un pasaje concreto pero para mí inspira el espíritu de la escritura bolañiana, el gran sacerdote ruso.
La investigación del espíritu humano de Tolstoi es la de Bolaño, y le guía hacia delante, hacia la vida, hacia la literatura, hacia el bien.
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(Podéis encontrar la tercera parte de la Biblioteca Roberto Bolaño aquí)